lunes, 13 de agosto de 2012

Epílogo: una experiencia maravillosa


No podía fallar. A pesar de que tenía puesto el despertador a las siete y media, a las seis menos diez ya estaba harto de dar vueltas en la cama y me he bajado a finalizar este blog. Porque hasta ahora os he contado lo que nos ha ido sucediendo, pero el viaje ha dado para mucho más.

A mis ya casi 47 castañas he decidido hacer algo diferente. Después de haberme fumado tres paquetes de Camel diarios hasta 1998, y de haberme bebido unas cuantas cosechas hasta el año pasado, resulta que ahora soy todo un deportista. Porque la idea de hacer el Camino era fundamentalmente deportiva. Y a ella se ha unido un triatleta, que ha hecho Iron Man y maratones, que yo pensaba que me iba a llevar a rastras por toda España. Y, aunque sería Severo quien debería decirlo, creo que he dado la talla. Si me hubiera venido solo, posiblemente no habría estirado tanto mi cuerpo, pero la experiencia de Severo nos ha llevado a conseguir metas que yo no me habría ni planteado en solitario. Y, a pesar de que en algún momento creía que no iba a poder por el sufrimiento, ahora, ya en Santiago, con las maletas preparadas para volver a casa, estoy muy orgulloso de lo que hemos conseguido.

Pero el Camino de Santiago da para mucho más. Te permite conocer España desde otro prisma, por lugares que si no es con la bici o a pie nunca descubrirías. Desde la verde Sierra de Madrid hasta el vergel que es Galicia, pasando por las áridas tierras de Castilla, hay mucho que ver. Hay mucha naturaleza que ver y muchos lugares y monumentos. Porque a lo largo del viaje hemos pasado por lugares totalmente perdidos en los que no faltaba una preciosa iglesia románica. España está plagada de monumentos que no sabemos explotar ni dar a conocer. Al ver la foto en el Castillo de Coca en Facebook, un amigo italiano me escribió que cómo había hecho el montaje para conseguir ese maravilloso fondo. No se creía que fuera de verdad. Yo nunca había estado allí, y seguro que si en Italia o en Francia tienen un castillo tan bello, le sacarían mucho más partido. Iglesias, castillos, puentes…tenemos un gran riqueza monumental y cultural que no sabemos aprovechar.

Y otra cosa que me ha sorprendido es el buen nivel hotelero de España. Aún parando en pueblos perdidos de Dios, el nivel medio de los hoteles en los que nos hemos hospedado es mucho mejor que el de muchos países, teóricamente más civilizados, que he visitado siguiendo el Mundial de Rallys. Y a un precio muy aceptable. Otro motivo más para no comprender por qué no explotamos más nuestras riquezas. Y además, las gentes de España son muy amables. En cada lugar que hemos pasado, nos han tratado con suma simpatía y cariño. Algunos con más sentido del humor, otros con menos, pero siempre amables y educados. Porque los españoles somos la leche, y no entiendo cómo hay algunos que quieren que nos dividamos. Sin duda, los que así opinan son unos paletos que no han salido diez metros de su casa y no saben ver más allá de su sombra.

Yo soy más de “con el mazo dando” que de “a Dios rogando”, pero aprovechando el esfuerzo le he pedido unas poquitas cosas. He pedido por vosotros, mis amigos, uno de mis principales patrimonios, que he sentido vuestro aliento y apoyo durante el largo viaje. Perdonad que no haya contestado porque la cannonball no deja tiempo para casi nada, pero he leído todos vuestros mensajes y os estoy muy agradecido. También he pedido por mi familia, a los que quiero a pesar de que no se lo demuestro, pero sobre todo he pedido por esas dos personitas que son las que dan sentido a mi vida, Mónica y Nacho. He pedido para que se conviertan en personas de provecho, que sean gentes honestas y que vivan felices el resto de su, espero, larga vida.

He dejado para el final al compañero, Severo Ochoa. Y le dejo para el final porque ha sido la persona más importante en estos siete últimos días. Apoyos deportivos aparte, lo mejor del viaje ha sido que he conocido a un tipo excepcional, un chaval de 30 años que se ha embarcado en esta aventura con un abuelo de casi 47 sin conocerle apenas. Y eso demuestra su gran talla humana. Otros no lo habrían hecho. Por encima de la experiencia deportiva, turística o espiritual, creo que lo mejor de este Camino de Santiago es que he ganado un amigo. ¡Gracias, Severo! Has sido un compañero de diez. Ahora, vete pensando nuestra próxima aventura, que yo me apunto. Repito: un millón de gracias.



Misión cumplida


ETAPA 6: PORTOMARÍN-SANTIAGO DE COMPOSTELA (105 KILÓMETROS EN 5 HORAS Y 35 MINUTOS, A UN PROMEDIO DE 18 KM/H, CON UNA MÁXIMA DE 61 KM/H)

Hace ahora siete días salíamos Severo y yo desde mi casa con un objetivo: llegar a Santiago de Compostela siguiendo el Camino de Madrid. 723 kilómetros después, lo hemos conseguido. Mentiría si os dijese que ha sido fácil, pero también faltaría a la verdad si os vendo la burra de que hemos sufrido muchísimo. Porque, a pesar de que nos hemos dado un palizón, lo hemos llevado muy bien. No sé si ha sido porque estamos hechos unos toros, o porque realmente no es tan difícil, pero el caso es que se ha llevado con bastante suavidad a pesar de las interminables kilometradas que nos hemos dado cada día.

Hoy partíamos desde Portomarín, y menos mal que hemos vuelto al hotel para que una de las chicas que allí trabajan nos guiaran al camino de salida, que si no nos plantamos en Lugo. Aún de noche comenzábamos la ruta un día más, el último, con un primer escollo, el más duro de la jornada, según el perfil de la etapa: el Alto do Hospital. En teoría no debía ser gran cosa, pero en la práctica ha sido un nuevo reto. Tanto, que yo pensaba pedir oxígeno al llegar a ese hospital del alto, que luego no existía. De nuevo ha sido un día de parriba y pabaixo, típicamente gallego. Un rompepiernas que si no te lo tomas con paciencia acaba con tu moral.

La primera escala la hemos hecho en Palas de Rei, el pueblo de Pepiño Blanco, donde hemos desayunado. Allí nos hemos encontrado por primera vez con Mónica, la chica que transportaba nuestras maletas, a la que nos hemos ido cruzando durante toda la jornada. Es más, hemos llegado a la vez que ella a Santiago, pero no hemos sido capaces de coincidir para hacernos una foto juntos. “¡Pero descansad algo!”, nos decía una vez. “¡No vayáis tan rápido”, la otra. No os penséis que corríamos tanto como su furgoneta. Es que ella iba parando en todos los pueblos para hacer el servicio de transporte de maletas de los peregrinos.


Después pasábamos por Melide, famoso por su pulpo, aunque a esas horas de la mañana no era plan, y más adelante por Arzúa, famoso por su queso, y tampoco hemos parado. Por primera vez en todo el camino ha habido dos bicicletas que nos han adelantado. Iban a muy buen ritmo, y posteriormente hemos coincidido en una nueva parada en un bar. Eran un señor de Toledo y su sobrino, que acababan de empezar cuando nos han pasado (nosotros ya llevábamos una morterada de kilómetros sobre nuestras piernas). Pero nos hemos tomado el Aquarius más rápido que ellos y ya no nos han vuelto a adelantar. ¡Que se habrán creído esos bolos!


La llegada a Santiago ha sido menos bucólica de lo que esperábamos, porque la capital compostelana nos ha recibido con lluvia. Además, los kilómetros finales son una tortura por caminos llenos de cruces y pendientes muy pronunciadas antes de llegar al Monte do Gozo, parada obligatoria previa a tomar rumbo a la Plaza del Obradoiro. Severo les decía a todos los peregrinos que “faltan 20 kilómetros aún”, cuando realmente faltaban sólo dos. Algunos le miraban con cara de desesperación, y otros se daban cuenta de la broma. Y es que hoy estaba cachondo el chaval. En un momento del día hemos oído un disparo y ha dicho que “¿no querías una anécdota? Vamos para allá y así llegamos con una perdigonada”.

En las calles de Santiago nos hemos vuelto a cruzar con Mónica, y por fin hemos llegado al objetivo final: la Catedral. A pesar de la lluvia era un hervidero de gente, peregrinos sobre todo. Nos hemos dado un fuerte abrazo, porque sólo él y yo sabemos lo que ha costado…y lo que hemos disfrutado. Tras la ducha de rigor hemos tomado rumbo a un restaurante que nos han aconsejado. Teníamos pensada una mariscada, pero con marisco no se sacia el hambre de dos pollos que se han zampado 723 kilómetros en siete días, así que, como mi computadora decía que he consumido 2.039 calorías, hemos comido pulpo, pimientos de padrón y dos chuletones con tarta de chocolate de postre. A lo mejor en la cena le damos algo a los crustáceos. Mañana, coche de alquiler y regreso a casa para finalizar la cannonball. Ya allí, con más calma, os haré las consideraciones finales del bonito viaje. Besos y abrazos.










domingo, 12 de agosto de 2012

Parriba y pabaixo


ETAPA 6: VILLAFRANCA DEL BIERZO-PORTOMARÍN (104 KILÓMETROS EN 5 HORAS Y 31 MINUTOS, A UN PROMEDIO DE 18 KM/H, CON UNA MÁXIMA DE 62 KM/H)

Hoy hemos culminado la etapa reina de nuestra peregrinación a toda pata. Porque la ruta que une Villafranca del Bierzo con Portomarín ha sido sin duda la más dura de lo que llevamos, y la jornada final no lo va a ser tanto. Y en ella por fin he podido entender lo que me dijo Perico Delgado hace ya casi treinta años, mientras elaborábamos un previo etapa a etapa de la Vuelta a España para la revista La Bici. “Esta es una etapa típica gallega, parriba y pabaixo”, me dijo de una de ellas. Y es que las carreteras gallegas son así. Y lo he descubierto ahora, porque, a pesar de que vengo todos los años varias veces a Galicia, por trabajo a los rallys y vacaciones a mi querida Bayona, nunca lo había hecho en bici.

Mal comienzo para la etapa reina, que debo confesar me tenía un poco acojonado, ya que al coger las bicis del garaje me encontré mi rueda delantera pinchada. Tardamos poco en cambiarla y encontramos el maldito pincho causante del daño, por lo que rápidamente partíamos, aunque ya era tardísimo: las siete. Por delante teníamos unos 30 kilómetros hasta el temido O Cebreiro, el Angliru particular del Camino de Santiago, la cumbre más difícil de ascender.

Y la cosa comenzó mejor de lo que pensaba, ya que los primeros kilómetros no eran tan fieros como los pintaban. Discurrían por la antigua Nacional 6, subiendo el puerto de Piedrafita. Cuando la cosa se ha comenzado a poner difícil Severo ha tirado como un poseso, y le he perdido rápido de vista. Pero yo, a lo mío, chino-chano, chino-chano. Incluso he parado al servicio en una ocasión (tanta hidratación con el agua es lo que tiene). Y aquello no parecía excesivamente difícil…pero no acababa nunca. Ya cuando se comenzaba a ver el cielo, y parecía que llegábamos al final, han aparecido unas rampas un poco más bestias, en las que he tenido que dar mi brazo a torcer y bajar al plato mediano (yo siempre voy con el grande, porque soy muy burro). En un momento dado he creído que me daba una pájara porque perdía visión, pero ha sido porque las gafas se empañaban por los calores que yo despedía.

Bueno, tras un largo rato de pedaleo cuesta arriba por fin se divisaba el final. Allí estaba Severo con otro ciclista peregrino. “¡Vaya caña me has dado!” le he dicho. “Qué va, si sólo te llevo esperando unos cuatro minutos. Pensaba que te tendría que esperar más”, me ha respondido. En ese punto, recién entrados en Galicia, había un cartel que ponía: Piedrafita-O Cebreiro. Pero no era O Cebreiro. Una señora nos ha dicho que nos quedaban unos dos kilómetros, “pero son cuesta arriba” nos ha animado. Y no eran dos, sino cuatro, y la cuesta era otro muro. Pero por fin hemos coronado, y en el bar hemos desayunado, yo dos plátanos, una manzana, un café y un bollo de chocolate. El posadero nos ha dado otro disgusto cuando nos ha informado que a Portomarín nos quedaban aún 75 kilómetros.

Entonces te piensas que ahora vendrá una larga bajada, como ocurre en todos los puertos. Pero en este no. A continuación debes de subir el Alto de San Roque, y después el de O Poio, que yo he rebautizado como el alto de su p… madre. Pero después sí que hemos tenido una larga bajada, que no ha sido excesivamente agradable, ya que lloviznaba y hacía mucho frío. Poníamos rumbo a Sarria, donde pretendíamos reavituallar de nuevo, en una sucesión de subidas y bajadas que me hacían recordar cada segundo el parriba y pabaixo de Perico. Pero no nos ha faltado tiempo para parar y charlar un rato con unas chicas catalanas muy simpáticas que se han fotografiado con nosotros.

A Portomarín se llega cruzando el Miño, y también hemos podido degustar las especialidades locales (creíamos que no llegaríamos a comer, pero hemos tardado mucho menos de lo que pensábamos) para recuperar las 2.249 calorías que dice que he consumido mi computadora. Pulpo, empanada, pimientos de Padrón, caldo gallego y tarta de Santiago han sido nuestros manjares de hoy, penúltimo día de ruta. Porque sí, amigas y amigos, mañana llegamos a Santiago si Dios quiere. En siete etapas vamos a merendarnos el Camino…bueno, no adelantemos acontecimientos, que trae mala suerte. Besos y abrazos.


sábado, 11 de agosto de 2012

Y nosotros con la fresca


ETAPA 5: ASTORGA-VILLAFRANCA DEL BIERZO (84 KILÓMETROS EN 4 HORAS Y 51 MINUTOS, A UN PROMEDIO DE 17 KM/H, CON UNA MÁXIMA DE 62 KM/H)

Quiero que sepáis que mientras vosotros os estáis achicharrando por ahí abajo, nosotros pasamos frío a pesar de los millones de pedaladas que llevamos acumuladas en los últimos cinco días. Cuando esta mañana hemos salido de Astorga a la hora oficial, seis y media, no debía hacer más de diez grados, si es que llegaba. De hecho, hemos echado de menos algo de ropa de abrigo durante algunos kilómetros. Y en el resto no hemos pasado calor. Tan sólo en las etapas de Simancas, sobre todo, y algo en la de Sahagún. El resto, con la fresca. De hecho, por eso nos hemos venido al Camino de Santiago, porque sabíamos que llegaba la ola de calor.

Como decía, salíamos con la fresca y, por primera vez en lo que va de viaje, nos hemos encontrado con los noctámbulos que regresaban de sus juergas de la noche del viernes. De hecho, en un momento de duda por el pueblo, hemos preguntado a unos que nos han indicado con cierto tambaleo en el cuerpo. El malpensado de Severo creía que nos estaban engañando (piensa el ladrón que todos son de su misma condición), pero no. En los primeros kilómetros aún de noche se distinguían las sombras de los peregrinos más madrugadores.

Aún sin ser de día del todo, hemos llegado a Castrillo de los Polvazares, donde Maruja hace el mejor cocido maragato del mundo. Una vez, una pandilla de amigos salimos desde Madrid hacia allí, y otros dos se unieron desde Coruña y Oviedo. Fuimos, comimos, y regresamos cada mochuelo a su olivo. Como anécdota contaré que nos bebimos el vino que le había sobrado a Pedro Solbes el día anterior.

Poco después me he colado en un cruce y nos hemos hecho una subidita de un kilómetro de propina. De nuevo en la ruta correcta, comenzábamos a subir las primeras pendientes hacia la Cruz de Ferro, uno de los tres grandes escollos de nuestro Camino junto con la Fuenfría de la primera etapa y el Cebreiro de la de mañana. Severo ha aprovechado esos kilómetros para darme una chapa que no os podéis imaginar. Ha cogido carrerilla y me ha contado su vida y milagros el tío. Y es que, como somos de la cannonball, tampoco os penséis que podemos hablar mucho durante tantas horas de pedaleo, porque como vamos a todo trapo…y él ha aprovechado la calma que precedía a la tempestad del puerto.

Bueno, la verdad es que no ha sido para tanto. Había que subir, pero poco a poco y sin excesivo sufrimiento nos lo hemos merendado en un ratito. Al llegar a Foncebadón, ya casi arriba, he parado en el único bar de la ruta para desayunar, y Severo me ha cantado un pollo de órdago porque aún faltaban dos kilómetros para la cima. “¡Los puertos están para subirlos enteros!”, me decía ante el alucinado posadero. Por cierto, que el hombre nos ha contado que este año hay menos peregrinos que nunca y ha aprovechado para darnos el típico mitin de que “en España sobran los políticos y los banqueros”. Y no le falta razón, pero yo ya paso del tema, sobre todo en estos días de recogimiento espiritual cruzando España a todo trapo con mi bici.

Tiramos hacia la cima de la Cruz de Ferro y allí nos encontramos con una pareja chico-chica de Madrid a los que habíamos adelantado antes del café. Venían desde Roncesvalles y nos hemos ayudado a hacer las fotos. Teóricamente tras ese momento llegaba una larga bajada, aunque con un par de repechos más. ¡Vaya par de repechos! Pero los hemos pasado y nos hemos tirado con precaución para abajo porque nos habían avisado que había mucha gravilla, que luego no era tanta. Nos han adelantado unos rastafaris en una fregoneta que había que verlos.

Tras pasar por Ponferrada nos quedaban 22 kilómetros a Villafranca del Bierzo, que han sido peores de lo que pensábamos porque había unos repechos importantes. Va a ser la tónica desde ahora. Como en mi computadora ponía que he consumido 1.430 calorías, nos hemos apretado un botillo de bienvenida. Pero va a ser el último día con objetivo culinario, porque hemos decidido acabar en dos etapas más, Villafranca-Portomarín, la etapa reina con el temido Cebreiro por medio, y Portomarín-Santiago. 100 duros kilómetros cada una, y es probable que no lleguemos a comer a destino. Pero la cannoball está por encima de nuestros ímpetus gastronómicos. Besos y abrazos

viernes, 10 de agosto de 2012

Los peregrinos de la cannonball


ETAPA 4: SAHAGÚN-ASTORGA (110 KILÓMETROS EN 5 HORAS Y 6 MINUTOS, A UN PROMEDIO DE 21 KM/H, CON UNA MÁXIMA DE 51 KM/H) 

Hay peregrinos para todos los gustos. Los que van andando, los que van desde Roncesvalles, a caballo, en bici, con el equipaje a cuestas, sin él…pero sólo hay dos peregrinos de la cannonball: Severo y yo. Lo digo porque vamos a un ritmo que al final nos vamos a plantar en Santiago en un plis plas. Un ejemplo es la etapa de hoy, en la que nos hemos ventilado los 110 kilómetros que separan Sahagún de Astorga en cinco horas raspadas, y eso sin forzar la máquina y haciendo paradas turísticas. Llevamos 428 kilómetros (hemos pasado el ecuador de nuestro viaje) en sólo cuatro días.

Hoy de nuevo partíamos a las seis y media, y el cachondo de Severo me decía que “estoy deseando volver a trabajar para no madrugar tanto”. Y eso que él se levanta a las seis, y yo a las cinco porque mi despertar es más lento. Aprovecho el inciso para contaros nuestra rutina. Salimos a esa hora con un solo propósito: llegar a comer a un sitio determinado. Ayer fue lechón en Sahagún, hoy cocido maragato en Astorga, mañana botillo en Villafranca del Bierzo. Llegamos, nos duchamos, comemos y nos echamos la siesta. Al levantarnos yo me pongo con el blog y Severo a organizar el transporte de maletas y hoteles de los días siguientes. Al acabar nos vamos a comprar provisiones para el día siguiente, sellamos el pasaporte del peregrino, picamos algo y nos vamos a la piltra. Y así ya llevamos cuatro.
Como decía, hoy salíamos a la hora de siempre y al ver que el camino discurría paralelo a la carretera y que estaba plagado de peregrinos (a partir de ahora se acabó nuestra soledad), decidimos ir por el asfalto. No era plan ir atropellando un peregrino andarín cada cinco metros. Y así nos plantamos en León, pasados 60 kilómetros, pocos después de las nueve. Desayunamos a la entrada (yo ligerito, sólo dos plátanos, una manzana, un bollo de chocolate, medio croisant y un café) y nos metimos al centro para hacernos la foto con la catedral. ¡A buena hora! Para salir nos perdimos un poquito y nos os podéis imaginar el cabreo que pilló Severo por la escasa media hora que palmamos en el lance. Pero es que somos los peregrinos de la cannonball…


































Seguimos por carretera hasta Hospital de Órbigo, donde también había que hacerse la foto con el famoso puente, y allí Severo ya no protestó, entre otras cosas porque al ritmo que íbamos en vez de llegar a Astorga a comer llegábamos a desayunar casi. Primero nos la hizo un italiano un poco torpón, porque puso sus dedazos a pesar de que yo se lo estaba avisando, y después un francés más hábil. Entre medias se cruzó una holandesa que estaba estupenda con un manillar atómico (Severo decía que era muy bueno, pero a mí me parecía un volante en vez de un manillar). Porque te cruzas con mogollón de gentes de todas las nacionalidades. Sorprende la multitud de japoneses y coreanos que hacen el Camino. Hay casi más extranjeros que españoles. Hoy Severo ha saludado a casi todos, es decir, cinco mil, al grito de “¡buen Camino!”

Finalizamos por carretera hasta Astorga en la etapa que hasta hoy a mi me ha resultado más fácil. No sé si es porque voy ganando forma, pero lo de hoy me ha parecido un juego de niños comparado con lo de los días anteriores. Me sigue doliendo el culo, pero pedaleo sin excesivo sufrimiento a pesar de las distancias que estamos devorando. Hay que tener en cuenta que la vez que más kilómetros había hecho seguidos fue hace dos años, que cubrí 50 junto a Miguel Indurain ente Torrecaballeros y Turégano ida y vuelta. Como vuelva a tener la oportunidad, se va a enterar el navarro…

Hemos ido tan rápido que los equipajes aún no habían llegado cuando aterrizamos en el hotel, por lo que nos hemos apretado unas cañas (yo sin plomo, ya sabéis) hasta que han aparecido. Y, como en mi computadora ponía que he gastado 1.774 calorías, pues nos hemos arreado un cocido maragato, repitiendo de alguna cosa, con sus natillas de postre, en La Peseta, uno de los mejores sitios de Astorga, que han alucinado con nuestro saque. No saben que, para ser peregrino de la cannonball, hay que alimentarse bien. Mañana ponemos rumbo a Villafranca del Bierzo, 76 kilómetros más el IVA como dice Severo porque siempre son más, con uno de los escollos más grandes por medio, la Cruz de Ferro. Besos y abrazos.

jueves, 9 de agosto de 2012

De girasol en girasol


ETAPA 3: SIMANCAS-SAHAGÚN (117 KILÓMETROS EN 6 HORAS Y 3 MINUTOS, A UN PROMEDIO DE 19 KM/H, CON UNA MÁXIMA DE 65 KM/H)

Nuevo día de palizón. Porque nos hemos metido 117 kilómetros para el cuerpo entre Simancas y Sahagún, donde nos hemos incorporado a la ruta del Camino Francés. Hemos rodado prácticamente en solitario todo el tiempo, surcando largas rectas de Tierra de Campos, en las que nuestra principal compañía han sido los campos de girasoles, omnipresentes a lo largo del día (¿tantas pipas come la gente?). Bueno, y otros dos peregrinos en bici que nos hemos ido cruzando en varias ocasiones.

De nuevo partíamos a las seis y media de la mañana, despidiéndonos del Archivo de Simancas aún de noche. Nos hemos “desayunado” con una pendiente inicial muy pronunciada mientras las primeras luces del alba luchaban por brillar. Estaba tan oscuro que Severo se creía que un matorral y un conejo eran un señor paseando un perro. Porque también por aquí hay conejos, muchos,  pero sólo de los de monte. De los otros, ni rastro. Yo al salir pensaba que no iba a aguantar, me dolía todo y creía que sería imposible llegar a Sahagún antes de las dos, que era la hora límite para llegar al taller de bicicletas.

Pero poco a poco la cosa ha ido mejorando, y hemos cogido un buen ritmo de marcha. En los primeros kilómetros además el camino estaba muy bien señalizado, no sólo con las habituales flechas amarillas, sino que también con figuras de metal en casi cada cruce y multitud de carteles. Eso ha sido hasta Medina de Rioseco, porque luego estaba peor lo de la señalización. A los treinta kilómetros nos hemos encontrado con unos peregrinos en bici que también vimos ayer en Simancas. Era una cuesta empinadísima, y les hemos pasado como si nosotros fuéramos de MotoGP y ellos de Moto3. Pobres, ellos llevan alforjas y todo el equipaje a cuestas, y nosotros, que somos más chulos, no. Pero cada vez que parábamos (yo tenía la meona y han sido varias veces), nos volvían a pasar. O nos los encontrábamos en Medina de Rioseco o en Villalón de Campos. La verdad es que iban a un ritmo muy bueno para ir tan cargados.
Desde Villalón de Campos ya no les hemos vuelto a ver…entre otras cosas porque hemos hecho trampas y hemos tirado por carretera. En realidad hoy la mitad de la etapa la hemos hecho por asfalto entre unas cosas y otras, y por eso nos ha cundido más…aunque ha vuelto a ser un palizón. En Villalón hemos parado a “repostar” y el señor del bar nos ha dicho que nos quedaban 33 kilómetros a Sahagún. Nadie se puede imaginar lo largos que se hacen 33 kilómetros, aunque los hagas por carretera relativamente llana, cuando llevas a tus espaldas casi un centenar, te duele el culo (otra vez, y veo que va a ser mi tortura), y quieres llegar a una hora para que te arreglen la bici.

Pero al final todo llega, y ha sido un gran descubrimiento el de Emilio Redondo, el alcalde de Sahagún, y su hijo Raúl, que además tienen la tienda de bicis. Hemos llegado para que me arreglaran el radio que se partió ayer, y lo han dejado todo y me lo han arreglado inmediatamente. Severo les ha dicho que le miraran sus frenos, que le fallaban algo, y también se los han arreglado cambiando las pastillas. Nos han dicho que laváramos las bicis con una máquina a presión que había al lado, y nos las han engrasado y comprobado las presiones. ¡Muchas gracias, amigos!

Por lo demás, Sahagún ya es Camino de Santiago en toda su extensión. Como decía Severo, “hemos visto más peregrinos aquí en media hora que en los tres días que llevamos viajando desde Madrid”. Y es cierto. El Camino Francés es el más concurrido, y a partir de hoy vamos a tener más tráfico. Mañana nos damos otra paliza de 118 kilómetros hasta Astorga. Si hoy hemos recuperado las 1.703 calorías que dice el ordenador de la bici que hemos consumido con un fabuloso lechazo, mañana las recuperaremos con un cocido maragato…si Dios quiere. Osa dejo los perfiles de las etapas desde Madrid a Sahagún para que os asombréis de nuestra proeza. Besos y abrazos.





miércoles, 8 de agosto de 2012

Ancha es Castilla...y blanda su arena


ETAPA 2: SEGOVIA-SIMANCAS (126,20 KILÓMETROS EN 6 HORAS Y 34 MINUTOS, A UN PROMEDIO DE 19 KM/H, CON UNA MÁXIMA DE 46 KM/H)

Después de la primera dura jornada, en la que ascendimos una subida acumulada de 1.640 metros, la segunda, entre Segovia y Simancas, parecía que iba a ser más fácil. Casi totalmente llana, aunque teníamos previstos 110 kilómetros, pensábamos que nos iba a costar menos…pensábamos. Porque la realidad nos ha dado una gran bofetada. Al final han sido 126 kilómetros con los rodeos, que han estado provocados por la arena de los pinares castellanos. Alguien me dijo que los pilotos de motos del Dakar venían a Castilla a entrenar la conducción sobre arena. Hoy lo he comprendido.

A las seis y media de la mañana salíamos desde el Acueducto rumbo a la Fuencisla, tras haber premiado a Severo con un café con churros en la calle que lleva su nombre. Hemos iniciado la ruta de noche, y cuando nos aproximábamos a Zarramala, comenzaba a amanecer sobre la cara norte de la Sierra de Guadarrama y el bello perfil de Segovia, con su Catedral y su Alcázar se despedía de nosotros. Hemos comenzado a buen ritmo por pistas en buen estado, siguiendo las flechas amarillas que marcan el Camino de Santiago, en general bastante bien indicado. Durante un tramo que seguía el río Eresma se ha complicado un poco la cosa, con algo de piedras, y una ha saltado sobre mi rueda trasera y me ha roto un radio. Hasta mañana que lleguemos a Sahagún no podré arreglarlo, porque en Simancas el taller estaba cerrado. Bueno, el taller, la tienda de comestibles, la oficina de turismo…
En Santa María la Real de Nieva hemos hecho nuestra primera parada de reavituallamiento. Fruta, Donuts y bebidas nos han repuesto para seguir la ruta. Una ruta que un poco después, pasado Nieva, se nos ha complicado. Porque en los pinares castellanos el piso parece una playa, con arena fina suelta que te hace imposible avanzar…y te desesperas. Severo se pensaba que exageraba cuando le contaba que otros peregrinos en bici casi palman por la arena, pero hoy la cruda realidad le ha convencido. Tras el palizón hemos decidido doparnos. Porque hemos llegado a Coca, el lugar ideal para ello. Aprovecho este inciso para preguntar unas dudas. ¿Es cierto que antiguamente esta población también se llamó Farlopa y Perico? ¿Es verdad que su bonito castillo es propiedad de Sito Miñanco?
Bueno, tras un poco de risa, proseguimos, y no sé si por lo evocador del nombre de Coca, pero lo cierto es que allí perdimos las flechas amarillas, y enlazamos por carretera hacia Villeguillo, donde un amable señor nos aconsejó que prosiguiéramos por carretera hasta Olmedo, y de allí a Alcazarén para evitar los arenales. Dicho y hecho. Desde Olmedo Severo llamó al hotel, y se le vino el alma al suelo cuando le dijeron que nos quedaban 50 kilómetros. Tuve que llevarle a remolque un buen rato, porque no levantaba cabeza. Y me iba yo preguntando mientras Lorenzo comenzaba a pegar fuerte que cómo era posible que un anciano de 46 castañas con una vida muy poco sana a sus espaldas como yo pudiera llevar a remolque a un chaval de 30 tacos. Un mozo que se ha hecho 4 maratones, 3 años los 10.000 del Soplao (165 kilómetros de bici de montaña), 7 medios iron man, un iron man completo (4 kilómetros nadando, 180 de bici y un maratón de una tacada)…

…claro, de tanto llenarme el ego, la ruta me ha devuelto a mi sitio. En los kilómetros finales me ha empezado a doler el culo de una manera inhumana, y he pasado las de Caín para llegar a Simancas, cuyo afamado Archivo y Castillo no terminaban de aparecer en el horizonte nunca. Entonces he sido yo el que ha pasado a ir a remolque. Por fin hemos llegado, y como en mi computadora ponía que había consumido 1.797 calorías, pues nos hemos arreado una de chorizo, una de morcilla, un chuletón y un postre de chocolate caliente de esos que te mueres sólo de verlos…eso sí, también hemos pedido una ensalada. Por desgracia el restaurante de la campeona del mundo de tortillas de patata estaba cerrado, pero no nos hemos cuidado mal. Como ayer mientras yo curraba Severo dormía, esta vez he retrasado mi faena diaria y me he echado una siesta de una horita que me ha recuperado el cuerpo. Todo está a punto para mañana cubrir los 90 kilómetros que nos separan hasta Sahagún, donde nos uniremos al Camino Francés. Ayer vimos una peregrina a pie llegando a Segovia, y hoy otro a pie y dos en bici. El Camino de Madrid está poco concurrido, pero a partir de Sahagún me parece que va a ser como la Gran Vía. Besos y abrazos.